José Pablo Rodríguez y Manuel Morales, investigador y docente en Psicología respectivamente de la Universidad de Granada, han desarrollado un programa que quiere acabar desde los pupitres con el sufrimiento y el aislamiento que padecen las personas del colectivo LGTBIQ+ desde su niñez

José Pablo Rodríguez sufrió la homofobia en primera persona cuando apenas era un niño. Por querer vivir el amor y su vida de una forma no normativa, hubo quienes, desde las aulas y fuera de ellas, en el pueblo en el que se crio, ejercieron bullying sobre él. Décadas después, Rodríguez ha decidido que ningún pequeño tenga que volver a pasar por lo mismo creando un proyecto docente que busca acabar con la homofobia en las escuelas de entornos remotos de Andalucía, donde a punto está de iniciarse un nuevo curso.
A través de un programa bautizado “Mariconízate”, José Pablo Rodríguez y Manuel Morales, director de la tesis doctoral de Rodríguez en Psicología por la Universidad de Granada, están adentrándose en las aulas y sentándose en los pupitres para cambiar el mundo desde el conocimiento. Valiéndose de todo tipo de herramientas, ya han recorrido decenas de escuelas en Córdoba y Jaén para acabar con el señalamiento y la homofobia hacia quienes se perciben y se saben diferentes a la norma por pertenecer al colectivo LGTBIQ+. Y está funcionando.
Historias de cambio
Pero más allá de los datos, están las historias. Como la de Paula, una alumna trans de un pueblo de Jaén que empezó su transición justo el año en que José Pablo llegó como profesor. “Vi cómo se reían de ella. Ese día, dije delante de toda la clase que yo era homosexual. Sabía que si Paula y yo íbamos a cargar con ese peso, al menos lo haríamos juntas”. Durante ese curso, acompañaron a Paula en su proceso, informaron al centro, hablaron con la familia y lograron que incluso sus propios compañeros entendieran que había otras formas de ser y estar.
O la historia de aquel alumno que, tras graduarse, le abrazó llorando y le dijo: “Me has cambiado la vida”. No era homosexual, pero había descubierto, gracias a su profesor, que otra mirada del mundo era posible. “Yo le dije que no, que nos habíamos cambiado los dos, que ya no éramos los mismos que empezamos el curso”, recuerda.
El proyecto no se limita a los adolescentes. Uno de sus grandes objetivos es que se convierta en una comunidad de aprendizaje, que involucre también a las familias, al profesorado, a todo el ecosistema educativo. “Porque si el entorno no cambia, el chaval se ve obligado a callar. Y eso, para una persona LGTBI, es la primera violencia”, cuenta.
Ahora, José Pablo y Manuel Morales trabajan con inteligencia artificial y redes neuronales para analizar patrones de homofobia en función de variables como el tamaño del municipio, la diversidad racial, el aislamiento geográfico o el grado de costumbrismo. Su tesis, que sigue en desarrollo, apunta a que los pueblos más pequeños y cerrados presentan mayores índices de rechazo, aunque el fenómeno es transversal.
Aun así, Rodríguez se muestra esperanzado. Cree en la juventud. Cree en lo que llama “la paleta de la vida”, llena de matices y colores. Y cree, sobre todo, en el poder transformador de la educación. “Yo les digo siempre: no pintéis nunca nada desde el odio. Pintadlo con los colores que queráis. Porque la vida no es blanca o negra. Es una escala de grises preciosa que hay que aprender a mirar”